Tan cerca de zarpar

Publicado el 15 de mayo de 2022, 7:18

Escribo y todo me parece un sueño. Sé, presiento, que en el momento en que saldremos al mar, todo cambiará de perspectiva tan drásticamente. Anhelo ese momento en que todo mi cuerpo y mi mente estarán entregados al instante, a aprender a leer el mar, y las olas, las nubes y las estrellas.

Sé que romantizo el mar y que vendrán momentos muy duros: pero he romantizado la pareja, la crianza y la maternidad, la escuela y la educación, el trabajo que hago con la escritura y la fotografía, las amistades, enfin… vengo romantizando desde hace tiempo la vida misma, y me parece que eso me hace latir, me hace vivir más plenamente, cada momento que compone este camino. Voy a intentar, ahora, comentarles un poco lo que significó para nosotros prepararnos a zarpar: 

Preparar el barco

Anna tejiendo las redes del guarda mancebos y Diego, arreglando los agujeros donde va fijado el carro de escota, después de descubrir que por ahi entraba agua. 

Eso significó, antes que nada, jugar a detectives y alumnos. Encontrar problemitas e intentar entender a qué se debían, luego investigar cómo se podían arreglar, y luego pasar a la acción desde una total inexperiencia en la materia. Entre otras cosas, encontramos entradas de agua y las arreglamos y asilamos casi la totalidad del velero  ya que entre el aluminio y la madera del interior, no había material aislante. Si falta eso, no solamente el barco hierve cuando hace calor y se congela cuando hace frio, sino que se produce mucha condensación, lo que se traduce en gotitas de agua que van mojando la madera y arruinando el interior. Tener humedad en un casco de aluminio es también tentar a que se forme electrólisis en el casco- Aislar significó desmontar totalmente el barco, lo que en sí no fue tanto trabajo como volver a armarlo. Fue bastante mágico descubrir cómo era nuestra nave, conocerla bien, en cada uno de sus rincones. Volver a armarlo nos llevó muchísimo más tiempo, y Diego se descubrió talentos para la carpintería estos meses. Cuando terminamos de aislar construyó una mesa para Mael, armarios para la cabina de Oiuna, unas tablas para que los libros no se caigan, un gran armario para nosotros, y muchos detalles más…. Es impresionante lo que se puede hacer con madera, creatividad y mucha paciencia!!!! Modificamos ligeramente el espacio también, sacando una parte del baño para anexarla a la cabina de Mael.

Anna limpiando el casco de aluminio para instalar un aislante adhesivo              Diego agranda el cuarto de Mae anexandole parte del baño.  

Diego sacando el óxido y pintando el ancla de respeto                                                      Anna barnizando la caña del timón y la caña de respeto

Maé y un amigo lijando la caña del timón                                                                         Oiuna pintando las planchas de madera para armar el techo de proa. 

Se iban sumando detalles, como la red guarda mancebos para que el gato, los niños o nosotros mismos no nos caigamos tan fácilmente al agua… Reparar el radar y verificar las luces de navegación,  instalar la línea de vida a la que nos podríamos atar, arreglar algunas fallas del circuito eléctrico,  reparar el bulón fisurado que se encuentra en la puuuuunnnta del mástil… si, detalles así que pueden llevar más tiempo de lo que parece, y que nos hacen aprender mucho por el camino. EL barco venía con una placa solar de 150 W. Decidimos comprar dos placas más de 100w cada una, y probar así. Veremos en unos meses si es suficiente o como lo tendríamos que completar. La  electricidad se usará en gran parte para la electrónica de navegación, el plotter, gps, AIS, vhf, las luces del palo, y para tener por ahora una heladerita encendida y luz de noche en el interior del barco. Reemplazamos todas las lamparitas por luces led, que alumbran muy bien y gastan muy poco.

Prepararnos

Terling Hayden decía que el viajar pertenece a los hombre de mar y a los vagabundos del mundo que no pueden, o no quieren, encajar.

Creo que el viajar ya nos pertenece. El entregarse a la ventura, al presente, el arriesgarse, el vivir sin seguros ni seguridades. En ese sentido ya estamos preparados. Pero del mar, poco sabemos. Nos pusimos a leer y leer y leer y leer,  libros teóricos pero también novelas, absorber, aprender, para poder llevar esta nave y descubrir el mar.  Diego se hundió en enormes manuales de navegación, mientras que yo seguí aventuras apasionantes de personajes ficticios o reales en el mar… Además de eso, fueron cayendo en mis manos libros sobre cómo hacer nudos, sobre el vocabulario náutico, sobre tips y consejos para vivir en el mar de manera económica, sobre cómo conservar la comida a bordo o inventar un piloto automático con un cabo y un elástico…. Estos meses dejé que los libros vengan a mí, lo que hicieron, a veces de la mano de un amigo, a veces encontrados en la lavandería del puerto abandonados por su antiguo dueño, otras porque me hacían guiños desde el estante de la biblioteca. Navegué por lecturas tan diversas, y voces tan distintas, que me trajeron, cada una a su manera, ecos del mar y el navegar.

Hacer escuela

Oiuna en la bañera aprendiendo a usar el diccionario

Y si, aun si nos estamos preparando, hay que seguir enseñando, involucrando los niños en el camino. Mientras Diego hacía de carpintero yo hacía de maestra,  a veces en la playa, o en el puerto, a veces en la biblioteca del pueblo. Es impresionante la cantidad de años de hacer escuela en casa, la cantidad de cosas que han aprendido ya, y lo más importante: los miro y tengo la sensación que aprendieron a aprender, a interesarse, a hacer preguntas y buscar respuestas, a ser ellos mismos con una fuerte integridad.

en el pantalán estudiando anatomía                                                                                cuidando sus plantas

Pero estar con los niños no es solo  hacer escuela, sentándose unas horas por día a enseñar, y preparar las clases y acompañar las frustraciones y los progresos. También tenemos que lograr, a pesar de lo absorto que estamos en un proyecto, escuchar, compartir, recordar jugar y reír, bailar y poner música, ir a dar un paseo, hacerse un mimo cuando se necesita. Estar con los niños no es compartir un espacio en el que cada uno anda a su bola. Estar, es estar con todos los sentidos.. Sin tener la cabeza en otro lugar, sin estar mirando el celular o pensando en el próximo arreglo o la comida que tenemos que hacer…. Es tan sencillo. Sin embargo, a veces se nos olvida.

Maé haciendo acrobacia aerea

Hacer del lugar dónde estamos un hogar

Cuando vimos el barco por segunda vez, ya interiormente decididos en comprarlo pero con la necesidad de mirarlo de fondo un poco más, Diego me comentó que iba a hacer una revisión de sentina y tanque de gasoil que iba a tomar tiempo. Estábamos estacionados en una calle con mucha pendiente, se veía el puerto y los mástiles y el azul del mar allá abajo. Le dije a Diego que los chicos y yo nos iríamos a dar una vuelta. Empezamos a deambular por las calles del pueblo, yo lo estaba adoptando, abrazando, haciéndome parte de él, ya que el barco estaba en ese puerto, sabía que tocaría pasar unos meses aquí, que esta sería, por un tiempo indeterminado aún, nuestra casa.

Llegamos a la biblioteca y justo empezaba un taller de arqueología. Los chicos fueron invitados y se metieron. Yo les hice una carta a cada uno, no me cabía la sonrisa en el rostro, la biblioteca era grande, tranquila, a lo lejos se veía el mar y ya intuía que pasaríamos mucho tiempo haciendo escuela en ese espacio. El bibliotecario también debió intuirlo, me dio la bienvenida con una alegría sorprendida y curiosa, como si supiera que la biblioteca siempre vacía en semana acababa de encontrar a sus habitantes. Hablé con algunas madres del taller, me enteré que había un taller de ajedrez ( Mae es fanatico de ajedrez), y una escuela de música ( Oiuna pedía cantar y tocar un instrumento desde hace tiempo). ENfin: descubrimos plazas, mercados, nos paseamos sin tiempo, me había olvidado por completo del Diego y de Alberto, el dueño del velero: estábamos haciendo algo que ere tan importante como volver a ver el barco.

No tenía idea de  donde estaba estacionado el auto, y cuando cayó la noche, junto a Mae y Oiuna, fuimos buscando, reconociendo, equivocándonos, hasta que llegamos a la esquina correcta y nos cruzamos con Diego.  No había encontrado problema alguno en el velero. Yo asentí, ya sabía desde la primera vez que lo había visto, que ese barco era el nuestro. Y le dije que estaríamos bien, en este puerto, el tiempo de alistarnos. Por qué les cuento esto? Fueron unos meses, pero cuando uno vive como vivimos, todo es unos meses. En esos meses fuimos a diario a la biblioteca a estudiar. Los chicos hicieron talleres de ajedrez, de judo, de música y de patines, y también talleres de arte en una escuelita cerca del puerto. Nos hicimos amigos, encuentros preciosos y el pantalán donde estaba el amarre 121, el pueblo que miraba hacía el Puerto Masnou, su playa su gente, sus calles, todo pasó a hacer parte de nuestra vida, nuestro cotidiano tan cambiante. Fueron pocos meses pero aquí se creó nuestro mundo, repleto de luz, como se ha creado en tantos lugares que quedan en mí como hogares para siempre, nidos momentáneos. Es un poco eso, habitar el mundo. Abrazarlo y descubrirlo y hacerlo suyo…. Todo eso lleva un tiempo, que es valioso, que no es productivo, pero que es esencial.

Juegos en el puerto que era el patio de casa-

Estibar y zarpar

Para zarpar hay que estibar. Es una palabra que descubrí hace poco. Me pareció preciosa, estaba tan encantada de llegar a esa etapa, ir a comprar los alimentos al kilos, sentir que se acercaba la hora... Luego, la realidad es que estibar cuando es la primera vez, es algo que se puede volver complejo. Pensar en donde poner cada alimento, que sea práctico, que no interfiera en el balance del barco.... Ver la nave repleta de cosas para ordenar y no saber ni por donde empezar.... Es un juego de prueba  y error, de geometría y de equilibrio y mucha paciencia... 

 

 

Se preguntarán si estamos listos… si todo el barco está impecable para salir, en sus condiciones óptimas, si nosotros ya sabemos todo lo que hay que saber de navegación en teoría y en práctica, si tenemos ahorros para asegurarnos muchos meses de independencia económica, si los niños cerraron su ciclo escolar para no tener que seguir enseñando en camino, si si si … y la respuesta es, claro, que no. No estamos listos. Si algo hemos aprendido en 17 años de viaje en tierra, es que uno nunca está listo del todo para salir, pero que hay que salir igual, y es el mismo camino él que nos irá enseñando qué tenemos que mejorar en nuestro equipo, que tenemos que soltar….Nos vamos a aprender del mar, y de los marineros que encontramos. Sería absurdo pedirle a un alumno que ya sepa todo antes de ir a la universidad… Es lo mismo , aquí, somos alumnos del camino que tomamos, vamos a hacer muchos errores para aprender. Por eso saldremos igual, en unos días, aun si ahora parece que un terremoto pasó por el barco, nada está en su lugar y todavía Diego y yo no tenemos colchón. La escuela se seguirá haciendo como siempre, en camino. También aprenderemos a generar recursos desde el mar, que sea trabajando en puertos con mi fotografía y las pinturas de Diego o con el barco mismo… No lo sabemos, no tenemos respuestas ni seguridades o garantías… esos son conceptos opuestos a la vida del viajero, y tal vez a la vida misma.  Sabemos que falta mucho material, y no tenemos plan. Pero para vivir la vida uno no tiene que esperar a que todas las condiciones sean óptimas.

Nina, una amiga con su barco en el mismo pantalán, nos ayuda a coser la funda de las almohadas "antigolpes" y Thom dandonos una buena mano con el lijado de la mesa

 

Ahora, estamos en el puerto. El barco rebosa de luz y de amor, los amigos pasan y ayudan y se despiden suavemente, de a poquito, con toda la ternura y el amor y los ojos llenos de estrellas. Estamos esperando a que sople un suave viento del norte. Cuando la naturaleza nos mande esa señal, entonces levantaremos el ancla y nos iremos a vivir al mar.

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