El mar me vuelve silenciosa

Publicado el 15 de agosto de 2022, 7:18

El mar                                                                                                                                                                                El tiempo del gato y el de la vela convergen silenciosamente                                                                                    Ambos anacrónicos y eternos                                                                                                                      Entregados al instante que es uno solo                                                                                                                  que no cambia, como no cambia el mar                                                                                                         siempre el mismo y siempre  otro. 

El mar me vuelve silenciosa. Borra, suavemente, las horas, los minutos. El tiempo del mar es otro, es un tiempo de olas y de millas, un tiempo hecho de agua, que puede cambiar. Un tiempo al que le deja indiferente las agujas de nuestros relojes, las fechas de los calendarios, la separación de los días, o de las noches.

Creo que amo viajar, y amar, y jugar y reír y leer y escribir, porque son todas actividades en las que uno está entregado a ese tiempo. Dentro del viaje, dentro de las horas a pie o en bicicleta, o en moto, en las caminatas en alta montaña y las horas alrededor del fuego, en las mañanas o las tardes y las noches de amor y en los momentos de amistad, ese tiempo diluido también está ahí. Lo conocemos, claro. Es el presente que se extiende, tranquilo, marcado por el ritmo de las montañas o de la gente, de las caricias o de lo besos, de las risas y los silencios. Aquí, en el mar, ese tiempo parece invencible. No hay nada que nos traiga a los días, y de repente termina septiembre y miro la orilla, incrédula.

Y así como el mar impone su propio tiempo hecho de eternidad, borra las palabras. Y hay que aprender de nuevo, a hablar y pensar, aprender a decir de otra manera. El hecho de navegar hace que una no se queda solo en la contemplación del mar. Una lo vive. Lo siente. Lo aprende. Creo que es un poco como enamorarse. No me canso de mirarlo, de escucharlo, no paro de sorprenderme, de descubrirlo, cada día un poco más, y todo lo que descubro de él me hace amarlo un poco más, cada día. Hoy, es como una evidencia, el mar y yo, cuando hace tan poco que entró en mi vida.

Hemos hecho 3 navegaciones « importantes » para nosotros, completos novatos en el mar, o sea entre 120 y 280 millas náuticas, al menos dos días, o tres sin ver tierra. Eso se parece a los días en el desierto.  En todas hubo momentos sin viento. A veces 10, o 12, hasta 18 horas. Son momentos casi preocupantes, el barco se balancea, de un lado a otro, y si no se bajan las velas hace ruidos disonantes, desafina. Hubo una noche en que la niebla nos ciñó, no se veía más, no se avanzaba más. Claro, uno aprovecha para saltar al agua, los niños juegan como si no estuvieran suspendidos encima de 3000 metros de abismo, y se descansa, se hace la siesta. Si se logra. Las primeras horas son fáciles. Luego, se hacen preocupantes. ¿Será posible que el viento no sople nunca más? Un gran desierto, tranquilo y amenazador, sin dunas ni movimiento, y de una tal evidencia que se empieza a dudar que esto pueda cambiar. Pero queremos pensar que sí, que cambiará, en algún momento. Queremos confiar en el viento y en el mar, queremos esperarlo, aguantar ese tiempo que parece dilatarse más y más.

Ya sé, no es necesario aguantar el suspenso, se puede prender el motor, recordar o al menos crear la ilusión que somos dueños de todo, con nuestro petróleo y nuestra tecnología, y que nada nos puede parar. ¨Pero sería una pena. Porque, suavemente, se empieza a oír un canto, et no es el mismo canto el del Mediterráneo y el del mar Tirreno, y se observa leves ondas que se dibujan sobre el agua chata. La bandera empieza tímidamente a vibrar, escuchamos, observamos, nos animamos a penas a movernos. Luego se afirma la veleta, anuncia un viento del sur, o del norte, ella que pasó tantas horas dando vueltas parece de repente haber recuperado sus espíritus. Y eso, es mágico. Depender del viento, esperar ese momento, poder recibirlo… Luego, sopla fuerte, muy fuerte, se forman las olas. Es una montaña rusa sin garantías ni cinturones de seguridad, se pasa del surf a la escalada, se trepan las dunas de agua y luego se bajan, algunas olas pasan por arriba nuestro, nos reímos, aun es verano y no tenemos frío, nos sorprende, es rico todavía.

Y ahí está, el mar, como la vida misma, incierto, imprevisible, repleto de sorpresas, bailando al ritmo de tiempos cambiantes y caprichosos. Es más fuerte que nosotros  y lo sabemos. Tenemos que aprender a intuirlo y entenderlo, leerlo, escucharlo. Tenemos que lograr acomodarnos de sus tiempos y de sus músicas para vivirlo plenamente. Y es lo que me gusta.     

con amor, 

Anna

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