Nos quedamos unos días en Djibouti, preparando la navegación por el Golfo de Adén- Nos cansamos mucho, descansamos poco- Lo que siguió, después de levantar el ancla hacia el este, fue un viaje donde el cansancio y las preocupaciones fueron nublando nuestro entendimiento, en el que tomamos varias malas decisiones y algunas pocas buenas- Podría ser el relato de por qué no pudimos llegar al Indico, porque tuvimos que renunciar y hacer media vuelta- Menos mal, no lo es- Nos aferramos a la convicción que lo podíamos hacer, y peleamos al fatalismo que muchas veces nos ciñó.
Djibouti, sus insólitos barcos de madera que recorren el Indico, y en la noche, en el muelle tibio, los chicos míos que charlan con los pescadores, descubriendo los peces venenosos, los comestibles, las serpientes de mar- qué mezcla extraña, Djibouti- Hay un ambiente alegre, y en su centro los restaurantes etíopes donde se come por poco y con la mano, en ambientes oscuros y sin ventanas, su mercado ancho lleno de ruido y de risas, sus carteles en francés, decrépitos, y los buses repletos en un tráfico caótico- Está el gran puerto comercial, donde se amontonan grandes cargos de madera, que vienen de las Indias y del Pakistán, con su tripulación que me viaja y me transporta, y el puerto de pesca, con su techo de aves marinas y sus aguas multicolores, donde se reflejan tantos botes insólitos que salen todas las noches y vuelven cargados de las bondades del mar- Y luego, el shopping center, con su supermercado francés, el aire acondicionado, y precios europeos.
una tripulación pakistaní nos invita a subir a bordo del cargo de madera-
Con nuestro velero no nos adentramos en el gran puerto, y tiramos el ancla a la salida del puerto de pesca- Las formalidades tenían que hacerse en el Puerto comercial, pero como no tenemos motor en nuestro dingui, se nos hacía demasiado lejos y decidimos ir por tierra, a dedo- Cuando llegamos allí, el oficial meneaba la cabeza, “ no es serio todo eso, entrar a tierra sin visa, no es serio”- Después de la suave reprimenda, nos hicieron las visas y se sacaron fotos con nosotros-
Hago unas compras grandes en el mercado, frutos verdes, verduras, legumbres, todo lo fresco, y en el supermercado relleno el carro de conservas y productos no perecederos- Parece una exageración absoluta, pero tenemos que atravesar las 700 millas del golfo de Aden con viento en contra, lo que se supone serán más de 700 millas dado los bordos que tendremos que hacer, y luego bajar 1000 millas por el Océano Indico- No pensamos detenernos en Socotra, salvo si hay un problema- La gente dice que el Golfo de Aden se hace en 7 días y el Indico hasta las Seychelles en otros 7- Pero Tortuga es Tortuga, y compro comida para un mes y medio-
vamos al mercado de noche para evitar el calor
Invitamos a los amigos italianos a tomar mate a bordo, somos de repente 10 en la Tortuga y eso me llena el alma de alegría, me recuerda los tiempos del puerto donde compramos el barco, en Masnou, en que se improvisaban cenas y fiestas a bordo con las otras familias marineras, casi todos los fines de semana- Me gusta que haya gente en la Tortuga- Ellos nos dan una mano, una vez más, nos prestan sus bidones vacíos de diesel, ya que no tenemos, para que vayamos a comprar diesel a la ciudad, y nos dan una mano para el cambio de filtro que se nos complicó – La solidaridad, entre la gente del mar, es espontánea y natural, en todas partes- Uno está tan solo allí, con los transes en el mar, y es el placer de navegar, pero cuando llega a puerto sabe que puede contar con los que allí se encuentran, y que también bailaron con el mar-
Aún marcada por la angustia que nos generó la falta de diesel en el mar rojo, le pido a Diego que llenemos el tanque de Diesel y que transportemos la misma cantidad fuera del tanque que dentro, o sea 300 li[l1] tros- A Diego le parece un exceso, y es un error que han hecho muchos marineros en el golfo de Adén; no calculan bien la cantidad de diesel que tendrán que usar, la fuerza de las corrientes y del mar, la incapacidad del barco en ceñir y los bordos que alargan el trayecto de muchas millas, las caídas del viento en un lugar donde uno no puede detenerse a esperarlo- Tenemos unos pocos bidones y habría que comprar unos más- Diego se va, cargado de bidones vacíos, a buscar una gasolinera, y regresa muchas horas después, el dingui cargado, haciendo idas y vueltas a remo del muelle al barco, con muchos litros de diesel, pero no tanto como habíamos acordado- 300 litros para llenar el tanque, y 140 para llevar fuera- Bajo el sol, carga, descarga, suda, la bañera está repleta de bidones -
Diego, saliendo a buscar gas por Djjibouti- También así tuvo que cargar 300 litros de agua, y de diesel, del puerto al dingui, remar del dingui al barco y luego subirlo a bordo-
Últimos preparativos antes de adentrarnos en el golfo de Adén
Nos hubiera gustado quedarnos más en Djibouti, descansar de verdad- Pero se abre una ventana sobre el golfo de Adén, y no queremos desperdiciarla- Es sin haber descansado, y unos tres días después de haber llegado, que levantamos el ancla camino al Océano Indico-
La navegación empezó tranquila- Había que ir hacia el corredor de seguridad, una ruta dibujada por los ejércitos, y sobrevolada por aviones de guerra regularmente, para proteger a los cargos de la piratería- Una ruta entre el Yemen, en guerra civil, y Somalia, destruida por la miseria, y que se hizo fama de ser tierra de piratas- No teníamos que alejarnos de esa ruta más de 10 millas, al norte o al sur- En camino hacia allí, la mar estaba tranquila-
Seguimos sin piloto automático- Lo que implica alguien a la barra las 24 horas, y eso desde hace ya 800 millas- Aprovechando la mar calma y la ayuda de los elásticos, Anna le hace escuela a Oiuna mientras timonea-
Mae sacó una dorada, un pez azul, verde amarillo- lucho antes de rendirse, era grande- los chicos quisieron sushi, y yo ceviche, decidimos hace ambas cosas y sobraba para la plancha- - Mae se puso a limpiar el pez, y me iba dando los cachos de carne tierna y rosada- La comida que salió de ahí fue un festín alegre para toda la tripulación ( gato incluido)-
A 80 millas de la costa Somalí, y a 15 de la ruta de seguridad, dos barcos pequeños parecen esperarnos- Cuando pasamos cerca, prenden motor- Toda nuestra tripulación está pendiente: ¿los piratas? Los miramos con larga vista, parecen más pescadores, hombres y mujeres, apilados sobre esas barcas que marcan su sobrecarga con una inclinación poco harmoniosa sobre el agua- La otra lancha es más hábil, y es la que más se acerca- Algo de miedo da, ser abordados así en estas aguas- Intentamos focalizar en lo que vemos, humanos que parecen necesitar algo, y sacudirnos los miedos de los piratas, que de nada nos servirían- Efectivamente, andan buscando petróleo, gasolina- Solo tenemos diesel, no los podemos ayudar- Nos alejamos y me quedo mirándolos preocupada: pronto atardecerá y sé que en la noche está previsto viento, y olas de hasta 2 metros- Esas barcas no aguantarían un mar así- ¿Será que el viento y la corriente los empuje hacia la costa antes de que se forme el mar? ¿Qué hacían, tan lejos y en embarcaciones tan precarias, sin petróleo para volver? Ellos no parecían muy preocupados, y cuando les dijimos que no teníamos petróleo nos saludaron con esos gestos y esas sonrisas que tiene la gente cuando ve un barco pasar-
Mientras, llegamos a la ruta, y como queremos aprovechar el viento en contra, empezamos con los bordos, noreste sureste, haciendo rutas entre cargos gigantescos y numerosos, usando el motor regularmente para ser más precisos entre esos gigantes, y con las olas siempre más altas- No contábamos con las corrientes en contra, y es con cierta perplejidad que varias horas por día veíamos que el barco apenas avanzaba- Cuando cayó el viento quedó la mar, y las corrientes, y sin motor no nos era posible avanzar, imposible ceñir: el barco ponía rumbo al oeste, de unos pocos grados- El motor quedó siempre encendido, a muy bajas revoluciones, permitiendo mantener un ángulo de 60 grado frente al viento, con la mayor y el tormentín- Una mañana, nos dimos cuenta que cabo de Cunningham se había roto- Le hicimos un arreglo de emergencia, pero la mayor ya no tenía una forma firme frente al viento, y trabajaba menos bien- Pusimos más motor-
Diego y Anna intentando reparar la mayor durante un momento de mar calma-
Unas horas después, por la tarde, Diego me dijo que nos quedaríamos sin diesel antes del próximo amanecer- Él parecía totalmente decaído- Me confesó que ya llevaba 24 horas con ese estrés, que no lograba dormir, que no había cargado la cantidad convenida sino menos, que se había equivocado en sus cálculos- Me dijo que sin motor el mar nos llevaría a la costa Somalí si intentábamos seguir hacia adelante, que el barco no lograría ceñir- Ni hablar del peligro de andar entre cargos tan inmensos sin motor, a pesar de lo muy colaborativo que se mostraban, había a veces situaciones en que teníamos que acelerar para no crear un accidente- Habíamos hecho más de 400 millas, a duras penas, con muchos bordos, las 24 horas Diego o yo a la barra, pasándonos las noches comunicando con los cargueros y evitándolos- No podíamos ir a Yemen a cargar diesel, por su situación política- Y no había cargos fondeando en esta ruta- Bien sabíamos, todos lo habían dicho, “cuando entren en Aden, tienen que ir rápido” – Teníamos las previsiones meteorológicas por una semana, y todo luego podía cambiar- Diego propuso hacer media vuelta- 500 millas con viento portante a Djibouti- Yo pensé que si decidía eso, me subía a un cargo y me iba a Mumbai, a Hong Kong o a donde fuera- Hacer media vuelta después de tanto esfuerzo me parecía más loco que intentar seguir- Sabía además que esa media vuelta significaba no ir al Indico, porque ya no nos darían los tiempos del monzón de invierno- Nada nos aseguraba, además, que podríamos llegar a vela hasta Djibouti, y la entrada al puerto era peligrosa, con muchos barcos naufragados- Intenté tranquilizar a Diego, y poner la energía de alegría y seguridad que él ya no podía mantener, con su agotamiento físico y su nivel de estrés- Iba callado, como soñando, pálido, y le temblaba las manos- No lograba dormir y eso era preocupante- Yo me sentía muy preocupada también, con un nudo en la panza, sintiendo que entrabamos en esos trances que ya habíamos conocido algunas veces en el viaje, en que el miedo invade la piel e intenta apoderarse de la realidad, y todo toma un tono pesadillezco- No quería dejar entrar ese estado, quería conservar lucidez, y sobre todo optimismo- Les dije a Diego y a los chicos que no era un problema, que ya encontraríamos un cargo que nos de diesel, que surgiría una solución- Y empezamos a hacer llamadas de pedido de auxilio en la radio- Un avión del ejército nos dijo que comunicaría la noticia a todos los cargos, pero unas horas después no habían conseguido nada aún- Un cargo nos dijo que nos ayudaban si presionabamos el distress call de la radio, pero no nos funcionaba- Muchos contestaban que no tenían derecho en detenerse en ese lugar- Cayó la noche, y habíamos puesto rumbo sureste, cruzando una vez más la gran vía de los cargos- ¿Cómo describir esas horas? Yo agarrada a esa plataforma invisible de la voluntad, el deseo o la intuición, negándome en dejarme arrastrar por pensamientos oscuros, Diego flotando en un abismo, siempre más lejos- Finalmente, un cargo se comunicó con nosotros- Nos habían pasado hacía una hora, y habían seguido avanzando hacia el Oeste, esperando a ver si la compañía les daba el OK- Ya lo habían recibido y hacían media vuelta para alcanzarnos- Nos pidieron que nos moviéramos lo menos posible, y que los esperásemos- Así lo hicimos, y en la noche cerrada vimos aparecer uno de los más grandes cargos que hayamos cruzado, con casi un kilómetro [l1] de largo, altísimo como un edificio- Por radio nos dijeron que no hagamos movimientos hasta que ellos se pongan a nuestro babor, o sea a barlovento en aquel momento- Nos dijeron que nos avisarían cuando nos pudiésemos acercar- Vimos al gigante hacer la maniobra, entre el alivio y la alegría de ser rescatados y el terror de tener a un monstruo semejante tan cerca de nuestro minúsculo velero- Cuando el barco se detuvo, nos dio la orden de acercarnos y poner la proa abajo de una gran puerta desde donde nos hacían señales luminosas- Nos explicaron que de allí bajarían 300 litros de diesel con una grúa sobre nuestra proa- Decidimos que iba Diego a la barra, la maniobra era muy fina, y el nivel de adrenalina muy alto- Mae empezó a poner defensas, e intentaba con las manos que nuestro casco no golpee contra el casco del gigante-
Había desaparecido el viento, y el barco se movía de izquierda a derecha- Los cuatro mirábamos el mástil con miedo, era tan frágil al lado del monstruo de acero! Y estaba a centímetros de él; allá arriba, la tripulación del cargo nos saludaba con alegría- Reían, llamaban, movían las manos- Y por la radio, las ordenes llegaban, “ un poco más atrás, un poco más adelante” como si fuera tan fácil mover a un velero con esa precisión- Estaba como paralizada por la situación, y admiraba a Diego, no le temblaban más las manos, estaba totalmente concentrado, y fue con mucha precisión que dejó la proa del barco debajo de la grúa- Oímos entonces en la noche el ruido de la máquina, que pitaba, anunciando que bajaba la carga – Era un bulto enorme, y yo, en proa, los brazos abiertos, me di cuenta de repente que no podría recibirlo sola- Diego vino corriendo, se resbaló y quedó debajo de la enorme masa de 300 kilos- Todos gritaron, Oiuna, Mae, yo y todos los que nos observaron- La grúa se detuvo, Diego se levantó, volvimos a hacer señales, no había nadie a la barra y había que ser rápidos- El bulto aterrizó bien, y Diego corrió a recuperar el mando del velero- Se alejó prudentemente mientras los niños vitoreaban frente al paquete, 300 litros de diesel en bidones de 30 litros, y todo empaquetado como un enorme regalo de navidad- Por radio, el capitán del carguero le dijo a Diego que pongamos el diesel muy de a poco, pero que al fin y al cabo era diesel e iba a funcionar- No entendimos bien, pero agradecimos- Nos deseó un buen viaje, y de a poco se fue alejando en la noche cerrada- Nosotros pusimos rumbo al sur este, con todo eso llevábamos horas sin dormir, ninguno de los dos- Los niños se durmieron contentos, y nosotros abrimos el paquete- El diesel era negro, absolutamente, rotundamente, negro- “Yo sabía que existía varios colores de diesel”, murmuró Diego, “ pero negro---“- “Estará muy sucio?” pregunté yo- Dudábamos- Entonces apareció en la radio nuestro amigo italiano- Los dos catas habían zarpado después que nosotros y estaban en camino hacia Socotra- Habían oído por los aviones militares que la nave “Tortuga” necesitaba ayudaba, y estaban a 10 millas de nosotros, acercándose- Les preguntamos por radio si sabían lo que era eso del diesel negro- Roberto nos dijo que no sabía, pero que consultaba con el otro cata y nos contestaba- Al rato nos decía, “es diesel pesado- si lo calientan antes de ponerlo, y lo van poniendo muy de a poco, no habrá problemas”_-Nos deseamos mutuamente buen viaje, y ellos siguieron su camino después de que les aseguráramos que estábamos bien-
la cálida tripulación del cargo nos saluda desde allá arriba-
Y ahí, empezó la segunda locura , y obviamente el segundo gran error de esa travesía- Decidimos usar ese diesel y como había que calentarlo antes, Diego se puso a pasar el líquido de los bidones grandes a botellas de dos o cinco litros, para que entren cerca del motor y se vayan calentando- Mientras, llenaba otras que dejaba en la cubierta, para que el sol las vaya calentando cuando salga- Así estuvimos hasta el amanecer, sin dormir, Diego llenando botellas, calentándolas, poniéndolas de a poco en el tanque, y yo a la barra-
en el alba, ninguno pudo dormir aún- yo sigo timoneando, y Diego sigue calentando y cargando diesel-
“Diego”, le murmuré después de observarlo un rato poner ese líquido tan extraño en el tanque, y chupar diesel con la manguera, con los labios quemados, “ Diego, si dicen que esto solo funciona caliente--- quiere decir que no podemos apagar más el motor? Si se enfría allá adentro, no podemos volver a prenderlo?” – Diego suspiró- “Es lo que estaba pensando”, me dijo- “Entonces no podemos ir directo, verdad, tenemos que detenernos en Socotra y sacar todo esto de adentro,¿no?” Diego asintió- Otra pregunta me rondaba, “y ahora que tenemos que estar ambos atareados para que no se apague el motor y para ponerle muy a poco ese diesel tan raro, cómo haríamos para dormir?”-
colocando diesel negrro en nuestro motor
Amaneció, el sol empezó a ayudarnos, los niños se levantaron pudiendo también dar una mano en el timón, y así permitiendo que Diego y yo durmamos alternativamente un par de horas - Pero a la hora de dormirme, volví a oír por segunda vez en esa travesía que empezó en Suez, el “Anna” de Diego cargado de angustia y desesperación- Un nudo en la panza me asomé en la bañera- “Ahora, qué?”- “El motor” , murmuró Diego casi sin voz, “el motor está fallando”_ El motor había perdido fuerza, bajaba repentinamente de revoluciones, le costaba volver a subir- A veces bajaba tanto que parecía que se iba a apagar, y bien sabíamos que si eso sucedía no se volvería a prender- Seguimos así- Cada vez que oía el motor bajar de revoluciones hasta casi no tener fuerzas, le murmuraba, concentrando toda la energía que tenía, “vamos, vamos vamos Tortuga, vamos”_ Era casi como una súplica, o como un rezo, podía estar durmiendo, o cocinando, haciendo escuela a los niños o alguna actividad, o al timón, el motor bajaba hasta casi callarse y yo ponía toda mi concentración mental en mandarle un mensaje de apoyo, como si con esa fuerza lo podía mantener encendido-
Ya estábamos al límite sur de la ruta, saliendo del golfo- Diego pasaba largos ratos en la radio, pidiendo auxilio a los cargos que pasaban, pensando que con diesel limpio el motor retomaría algo de fuerza, ya que solo avanzaba a 1000 revoluciones, y el viento nos venía totalmente de frente, era imposible utilizarlo así para avanzar- La noche cayó- En la radio oía a los cargueros decir que no tenían diesel, o que no podían detenerse, o que la maniobra era demasiado peligrosa- La situación me pareció insoportable- Seguíamos cerca de la ruta en vez de cortar camino a Socotra, en línea recta- Eso significaba mucho más millas, y cada conversación radiofónica nos sacaba un poco más de energía, como si toda la esperanza viniera de allí- Le compartí el pensamiento a Diego-“Somos un barco con velas, Die, si cortamos camino el viento vendrá más de través, lo podremos usar, iremos más rápido y haremos menos millas, llegaremos antes” Diego me contestó que eso era alejarnos de los cargos, y que si el motor se paraba lejos de ellos, nadie podría venirnos en ayuda- Además, era salir de la ruta de seguridad y meterse cerca de las aguas somalíes- Seguimos así- A las 3 de la mañana tomé mi segundo turno nocturno- El viento se había levantado un poco y me imaginaba lo bonito que sería poder ceñir- Pensé que esos cargos no eran la salvación, que para salir de esa teníamos que creer en nuestro barco y las velas y soltar esa lógica de dependencia con los cargos- Diego me había pedido que siga llamando por radio, pero yo ya no tenía fuerza para eso- Sí me quedaban para cambiar el rumbo- A las 4 lo desperté a Diego y le compartí el pensamiento- Él me contestó que lo hiciera, si me parecía que era la buena decisión- Entonces puse rumbo sureste, derecho hacia la isla de Socotra, abrí la genoa y trimé la mayor- No podía apagar el motor, lamentablemente, pero al menos empecé a sentir en el timón que me movía con el viento- - En la mañana recibimos una llamada por radio: era un avión militar, nos preguntaron qué hacíamos, nos decían que sabían que habíamos tenido problemas (todo el mundo en el golfo se enteró de que pasó Tortuga, discretos no fuimos), y nos decían que nos estábamos alejando demasiado de la ruta de seguridad- “Do you need something?” preguntó el piloto- “Sí, le contestó Diego, 200 litros de diesel limpio para llegar a Socotra”- “OK, don t move, wait a moment, we send you a ship”- Incrédulos, nos pusimos a la capa, siempre con el motor encendido- Y al rato apareció en el horizonte un enorme buque de guerra-
Nos ordenaron por radio que saliéramos todos en la cubierta para que nos vean y que los que quedaran fuera para recibirlos tengan máscara anticovid- Mandaron una lancha con varios hombres armados a bordo, que dio muchas vueltas alrededor de la Tortuga antes de acercarse, y facilitarnos 200 litros de diesel limpio y varias cajas con galletas de chocolate para los críos- Pusimos parte del diesel en el tanque, con la esperanza que diluyera un poco al otro diesel y permitiera un mejor funcionamiento- El motor recuperó algo de fuerza, aunque seguía teniendo altibajos- La tripulación festejó el contacto con humanos y las galletas que eran ricas-
Un soldado sube a bordo para descargar el diesel y regalarles galletitas a los niños
Al día siguiente, un barco extraño se acercó rápidamente a nosotros y luego se quedó siguiéndonos en nuestra popa- Tenían un anexo sólido y con motor en el agua, y una estructura fuerte, el doble de grande que Tortuga- Al rato se pusieron a nuestro estribor, y siguieron a nuestro ritmo- Obviamente, no aparecían en el AIS- Yo me preocupé y empecé a lanzar señalamientos en la 16- Pero no había respuesta, no teníamos alcance- Mae me dijo entonces, “ A ver mamá, si se acercan les sonreímos, les preguntamos si necesitan algo, les invitamos un café y seguro lo resolvemos-“ Me gustó el pensamiento, la transmisión, porque es cierto que creo que las situaciones dependen muchísimo de cómo uno recibe al desconocido- Sin embargo, sospecho que a veces no alcanza-En chiste le contesté a mi hijo, “si se acercan les pedimos ayuda, Mae, un poco de diesel limpio y galletas de chocolate, creo que en cinco minutos se dan cuenta que los piratas somos nosotros y salen rajando-“ Mae y Oiuna se rieron mucho, la idea de ser nosotros los piratas tan temidos les causó mucha gracia—Y al fin y al cabo, habíamos recolectado más de 500 litros de diesel gratuito, si eso no era ser pirata! El ambiente se relajó y para mi gran alivio, la embarcación de repente cambio de rumbo hacia el Oeste, costa Somalí, y desapareció en pocos minutos-
En el atardecer el viento cambió y se puso noreste- Por fin se sentía Tortuga firme en el mar, 3, 4, 5 nudos- Y a pesar del agotamiento y del motor, el mar arábico pudo ofrecerme una noche de magia, con un cielo sin luna, y repleto de estrella, y la estela de la Tortuga que quería reflejar al cielo y ser galaxia- Oí en algún momento una respiración fuerte en el mar y un movimiento que no se parecía a nada conocido- En esos momentos, se dibujaba una gran mancha fosforescente que avanzaba cerca de Tortuga-
llegada a Socotra
En el amanecer apareció la improbable tierra de Socotra, una isla de dunas y montes abruptos y bosques tropicales- Delfines, aves, atunes enormes pasaron cerca de la Tortuga que iba con todo el entusiasmo a buscar amparo a tierra firme- Nos reencontramos a los italianos, y fue una alegría charlar un poco, ellos me mostraron las fotos de unas ballenas tiburones que había en la zona que pasamos de noche, y que seguramente eran aquella extraña presencia que sentí cerca nuestro- No teníamos visa para Socotra, y el precio de la visa era altísimo- Pedimos estar unos días para reparar el motor, y el agente que laburaba con los veleros y andaba por ahí nos ayudó a negociar con la policía- Salvo una salida medio a escondidas al pueblo, para comprar frutas y verduras, no pudimos ir a tierra- El motor no arrancaba, los italianos que se fueron pocas horas después de que llegáramos nos dejaron una sim card- Empezamos a consultar a nuestros amigos navegantes, mandar imágenes, videos, fotos, e intentar entender la situación- Estaban los que opinaban que había que limpiar el tanque a fondo, los que decían que no era necesario, todos concordaban que había que cambiar todos los filtros- El barco estaba medio desmontado, había olor a diesel por todos lados, muchísimo calor- Diego y yo nos hundimos en el motor-
los niños intentan hacer un poco de escuela a pesar de los movimientos incómodos del barco debido a las olas del norte
Gracias a la ayuda de Ghanem, logramos ir a tierra dos horas, los niños y yo, para comprar unas pocas verduras y tomar un poquito de aire- Será la única bajada a tierra-
Socotra, cuatro días, casi sin dormir, un metro y medio de ola cada 5 segundos, la imposibilidad de ir a tierra, la presión de la policía para que nos vayamos, el motor que no arranca, la casa dada vuelta con olor a diesel, los niños que están hartos de todo eso- Al tercer día a la noche, Ghanem, el agente, me dijo que la policía presionaba demasiado, que nos iban a retener los pasaportes- Le pedí que venga en el amanecer con un mecánico de motor diesel, que tendríamos el tanque limpio así podía trabajar más rápido- Nos acostamos con Diego a la media noche, ambos sin lograr dormir, y a las tres nos levantamos para limpiar el tanque- Era la primera vez que desmontábamos todo eso, y trabajamos muy lentamente- Cuando llegó el mecánico, aun no estaba limpio el tanque- Sacó los filtros y los volvió a colocar, diciendo que quizás estaban mal puestos- Y para corroborar si funcionaba el motor puso los dos tubos, el que chupa y el de reenvío en un bidón de diesel limpio- El motor arrancó, el hombre aseguró que no había ningún problema, y se fue- Diego siguió con la limpieza del tanque mientras yo cargaba agua y preparaba el barco-
Diego limpiando el tanque el mecánico
“Qué dijo el mecánico” pregunto Fer, un amigo que nos venía dando consejos desde Argentina-
“Salam malecum” le contesté-
“Qué bueno, si decía inchalla era más problemático”-
Fuera del chiste, le comenté a Fer lo de los tubos en un bidón- “es un buen plan B, a tomar en cuenta eso del tubo en el bidón” me contestó Fer, “única cosa, tener cuidado que las mangueras estén bien al fondo, que no chupen aire, con el movimiento de una ola”_
Hay palabras que parecen fortuitas pero que luego se revisten de importancia, como el consejo de Fer, a la pasada-
La policía volvió mostrándonos el sol: teníamos que haber levantado el ancla antes de que atardezca, sino nos retenían los pasaportes y nos multaban- Recién terminábamos de llenar los tanques de diesel y agua, y quedaba una hora de luz- le explicamos al oficial que estábamos despiertos desde las 4 de la mañana, y que necesitábamos dormir unas horas antes de zarpar- Con mucha dulzura y simpatía, pero también con mucha firmeza, el oficial nos dijo que eso no era posible-
Los días de Socotra fueron días alucinados, sin descanso, teniendo que contener al aburrimiento de Mael, el malestar de Oiuna, la angustia infinita de Diego con el barco, y las olas, y el motor y la casa desordenada--- cómo clasificar esas horas? Sé que para Diego eran sencillamente horas de auténtica pesadilla, algo cercano a la locura—Para mí fueron momentos tan tensos que toda mi energía estaba en hacer de piso para todos, de escudo, de viento que insufla energía para que las cosas sigan su curso porque no dudaba que seguirían.
El motor arrancó, así que salimos, en un estado de cansancio que se parecía a un extraño trance- Teníamos treinta millas rumbo este en el norte de Socotra antes de poner rumbo sur- O sea 30 millas con el viento de frente- Así salimos, rumbo este, viento este-noreste- Motor en pocas revoluciones para poder ceñir mejor y no irnos contra la tierra. Eran 30 millas, y la promesa de un Océano, como si esa palabra contuviera en sí todo el descanso necesitado, el relajo, como si el Océano fuera una casa, un amparo, un amigo, una buena cama- Le ordené a Diego que duerma, era necesario- Iba cerca de la costa, a unas 5 millas, sí, demasiado cerca. Y de repente, el motor se paró. Diego saltó como un resorte, más pálido si eso era posible, las manos temblando. No tuve otra que confirmarle lo que temía, y ambos intercambiamos una mirada repleta de preguntas, de dudas. No hubo modo de volver a arrancarlo. Mientras pensábamos, veía la costa acercarse, y el barco que no me hacía caso. Diego propuso seguir acercándose y tirar el ancla cuando haya menos fondo.Miré los oscuros acantilados, las escasas luces, el GPS: era una locura. Logramos virar y volvimos a poner el rumbo hacia el puerto, para ganar tiempo. Así, no tener motor no representaba un peligro inmediato y teníamos más tiempo para pensar. Y el pensamiento era: ¿qué es, en este instante, lo más seguro? Pensamos que, racionalmente, cualquiera nos diría que era volver, que sin motor no se sale, que si un cargo en el Océano, que si un viento al llegar... Pero pensamos en lo que era Socotra: quizás era volver, con un mecánico que de barcos no sabía nada, quizás necesitando una pieza que tardaría un mes en llegar, y estar trabados en aquel infierno, pagando fortunas de visa y perdiendo el viento de la monzón de invierno para poder bajar. Sonaba a pesadilla. La otra opción, ir hacia el Océano haciendo bordos absurdos, donde se ganan unas pocas millas después de horas de subir y bajar el mar como una máquina de coser dañada, ir hasta las Seychelles y llegar a aquel mundo de corales contando con nuestra destreza y la bondad del viento para entrar a puerto y amarrar, sonaba a locura. Pero allá, podríamos resolverlo todo con más dulzura. Sin embargo algo en mí gritaba que sin motor, no daba. Nos quedamos en silencio. El barco seguía avanzando. Pronto solo estuvimos a 5 millas del puerto. Y eso me sacudió. Algo había que hacer. Entonces recordé la frase de Fer en el whatsapp. Recordé al mecánico conectando el motor al bidón de diesel. Y Fer que decía que eso era un buen plan B. Era eso lo que necesitábamos, un plan B. Se lo compartí a Diego. Primero negó, me dijo que el problema no venía de ahí, llevaba fácilmente una hora bombeando sin lograr sacar el aire. Insistí. Era el plan B, y no sé nada de motores, pero teníamos que intentarlo. Diego al final accedió, colocó la botella de diesel y el motor arrancó. Nos miramos. ¿Entonces? Le pregunté a Diego. “Entonces decidí vos, capitana”. Lo que puso Diego de cuerpo había sido tanto desde Grecia, que ya no le quedaba ni el soplo. Me agarré a aquellas palabras sobre el plan B, ese amigo que sabe de mar consideraba que era una opción válida para zafar, cuidando siempre que no le entre aire. Llegar así a las Seychelles era mejor que volver a Socotra. No dormíamos desde las 3 de la mañana, y ya era la media noche, casi 24 horas sin cerrar un ojo. “Mirá, le dije a Diego, yo apago el motor y pongo rumbo norte, con las velas, para que duermas. No me da timonear seriamente ahora. Luego agarras vos el timón y descansas en la bañera, y duermo yo, y mañana a la mañana prendemos el motor, y si prende, nos vamos al este, y al Indico- Diego protestó, no avanzaríamos con las velas, y menos con ese rumbo, el viento había caído. Le dije que se imaginara que la policía nos hubiera dejado dormir en el puerto, que era nuestra noche de descanso, que no haríamos millas esta noche y que no importaba nada. Diego se fue, y durmió- El mar estaba calmo, la noche era de estrellas. Creo que en algún momento me acompaño la ballena-tiburón- Oía su respiración, y veía, en el agua, dibujarse de repente, una gran silueta fosforescente. El mar arábico brillaba como el mar rojo, haciéndole competencia al cielo. Cuando me tocó dormir me caí en un sueño de plomo, pocas horas, como siempre en el mar. Cuando me levanté salía el sol, la mar estaba calma, las millas recorridas eran irrisorias y eso no importaba. No iba a volcarme en fatalidades, pensar que Socotra me retenía, en maldiciones o en la suerte. Estaba totalmente tendida hacia el Océano, con un impulso que salía del deseo, de mi voluntad. A pesar de eso, cuando Diego intentó prender el motor todo en mí era un nudo de nervios. Fueron micro segundos de suspensos, y arrancó. Era un riesgo, no medíamos cuánto, decidimos que mínimo, y pusimos rumbo este, con un inmenso alivio.
No sentí, en el mar Arábico, esa fascinación que me produjo el mar rojo. Su olor, su sonido, su textura: era espeso, realmente espeso, con ese olor a iodo, a ostras, a sal, y de fondo el aroma de la tierra que debía de contener alguna sustancia mágica, porque era un olor que producía placer en todo el cuerpo. El sonido era de aves y delfines, era el canto del viento y los relatos de Monfreid, de chasquidos y del silencio del desierto. El mar arábico era más callado, como si fuera celoso de su esencia. (Al menos no contenía los gritos del golfo de Adén). Y era más liviano, dejando el paso sin mucho carácter. Y a pesar de los espectáculos nocturnos, ansiaba dejarlo. Sin embargo, en aquel amanecer, cuando ya nos acercábamos a la punta de aquella isla de dunas y bosques, de curvas suaves y acantilados abruptos, de repente vislumbramos los delfines. Y no eran como los que conocíamos: eran muchos más pequeños. No llegaban en un grupo de 20 o 30, como acostumbramos a verlos, sino más bien cerca de la centena. Venían de tierra, directo a la Tortuga, a una velocidad vislumbrante , y de vez en cuando algunos saltaban en el aire, saltos muy altos, y allá arriba hacían volteretas, giros de 360 grados. Puro juego, pura alegría. La magia de este mundo húmedo, salado y abismal. Nos acercamos a la punta de Socotra con temor, ¿cómo era un mar que se encuentra con un Océano? En navionics marcaba turbulencias, prevenía de corrientes, vientos fuertes, recomendaba radar permanente. Pero no, el paso fue tranquilo, y cambiamos de rumbo, rumbo al sur, 170 grados, y el viento se puso de aleta. Apagamos el motor y decidimos no tocarlo más. El plan era descansar, ir con el viento- Teníamos mil millas de Océano por delante.
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