Una mañana entramos en la bahía de Richard Bay, South África. Había una fina llovizna, una bruma densa en la que se desdibujaban los árboles. Otros aires... Los días de navegación por el canal de Mozambique fueron perfectos para esa transición, tan intensos y tan distintos unos de otros, con sus corrientes sus vientos y sus calmas, sus tiburones y delfines, sus colores, sus cambios. Intenso y nuevo, en cada momento.
En una madrugada ventosa y lluviosa, calenté agua en la madrugada, y salí en cubierta. Disfrutando de esa luz gris, de los abetos inclinados por el viento, de la lluvia fría en mi rostro y el vapor del agua que tiraba sobre el mate caliente. Disfrutando ese tiempo de otoño después de tanto tiempo en el trópico. Las ráfagas hacían correr el agua sobre el agua y me fui a caminar. Soplaba mucho, llovía más, en mi unas ganas inmensa de ver al mar, abierto y revuelto, pero la bahía de R Bay está tan al reparo que las playas y los faros sobre el mar abierto quedan lejos. Qué fuerte en mí, esas ganas de ver al mar. No volví al barco hasta tener frío. Quería entrar en el barco y agradecer su cobijo y su calor, mientras la lluvia seguía en cubierta, recordando el ruido de la lluvia sobre la carpa en la montaña. La luz es gris, el día invita a casita. Poder ver belleza en instantes como esos, tan sencillos, es un regalo. Poder agradecerlos, poder disfrutarlos, entregarse a ese presente del ruido de la lluvia, de la luz, de ese tiempo suspendido.
mientras afuera llueve, adentro hacemos escuela Mael al timón, salimos de Richard Bay, rumbo East London
Empezamos entonces nuestro trayecto a Cape Town. Es legendario ese mar. Nos damos cuenta que no tendremos tiempo para ir más allá de East London con la ventana que tenemos. Dejamos el puerto en la mañana, con ganas, con risas, llenos de todo lo que nos dio la quietud de esos días de lluvia, y lleno de ganas de seguir hacia adelante. En ese tramo, el mar fue un amigo, con un viento magnifico, las corrientes que llevan a Tortuga, las bajadas de las olas a casi 12 nudos. Sentí que era un juego, de esos con risas y maravillas, con cosquillas en la panza y alegría. Logramos llegar a East London antes de que se instale el sur oeste, que venía con temporal y fuerza
llegando a East London
Pasamos unos días tranquilos en East London a pesar del viento enfurecido del oeste que se hacía sentir-. Los marineros se juntan a charlar del viento y del mar, hay duchas calientes, y a pesar de que se siente el temporal el lugar es seguro. Al tercer día, nos retiramos bien temprano de la barbacoa de fin de año. No sabemos si zarparemos al día siguiente o no – Ningún velero sale. Un capitán nos argumentó que era aún la tormenta que evitamos. El pronóstico no está claro, parece que habrá borrascas de 45, del sur, con mucho más lluvias, y el cambio de viento al final del día. Ya tenemos experimentado lo que puede significar un cambio de viento: quedarnos en un mar sacudido de olas y sin nada de viento. Miramos una y otra vez el pronóstico. Si no salimos en la madrugada, sabemos que no llegaremos a Cap Town de una. Habrá que detenerse en Puerto Elisabeth, o Simon Town, dejar pasar el Oeste, esperar un nuevo este, y las ganas de llegar a Cap Town son casi una necesidad. Los peques piden instalarse y tener talleres. El barco necesita muchas reparaciones. Tenemos que trabajar. Si no llegamos con esa ventana, no son dos días de demora pero una buena semana o más. Saber que Darío nos espera, alguíen un poquito conocido, el calor de la amistad, también nos motiva. Suspiramos. No hay caso. El pronóstico es malo. Nos dormimos , agotados, resignados, decididos en no forzar la suerte. Esa enseñanza que el mar impone es difícil para mí. Aprender a cambiar los planes, a posponer, a renunciar, observando sus movimientos que son más fuertes que mi voluntad.
con el frío que trajo el sur oeste, toda la familia busca calor en el carré
A las 4h30, Diego se levanta, y sus idas y vueltas me despiertan. Cae una fina llovizna, no hay viento. Volvemos a mirar el pronóstico. Parece que el este se adelantó, que soplará pronto, que ya sopla de hecho un poco, que las olas son más sureste que sur. No resistimos la tentación frente a ese cambio. No era muy razonable. No lo somos. Media ho ra después, en la silenciosa madrugada de East London, levantamos el ancla.
La salida fue espectacular. Las olas se rompían sobre el faro. La ciudad parecía flotar en la neblina, la playa se deshacía en brumas espesas, y las olas... de frente, eran grandes. Dos tiburones se nos acercaron, pero no atinamos a verles suficientemente el cuerpo como para identificarlos. Bajo la lluvia y al timón intentábamos encarar las olas bien de frente. Eran siempre más grandes. Tenía que alejar al barco de la orilla unas pocas millas. Algunas olas alcanzaban los 4 metros y desviaban un poco a Tortuga. Otras dejaban la proa bajo el agua. Yo estaba al timón y no podía dejar de sentir algo parecido al miedo cada vez que se levantaba una ola. Pero estaba tranquila, concentrada, impresionada y llena de adrenalina. A las 3 millas de tierra cambiamos el rumbo, poniendo las olas de aleta.
Diego agarró el timón para que descanse un poco. Y ahí, observando la situación, una angustia me invadió. No había viento. Nada. Y las olas iban, apuradas, a morir contra la costa. O sea que dependíamos totalmente del motor. Esa sensación, esa idea, me disgustó profundamente. Depender del motor para la seguridad de la nave era demasiado aleatorio. “Diego”, le diJe, “Si el motor se para ahora, nos vamos a la costa, no?”. Diego confirmó mi sospecha. Me quedé observando el mar, algunas olas pasaban evidentemente los 4 metros, y a veces cambiaban su cadencia y se seguían 4 o 5 en ´pocos segundo, haciéndolas más cortas y más agresivas aún. Y entonces, la alarma del motor se prendió. Miré la pantalla: una batería estaba dibujada, y nada más. Le avisé a Diego. Me miró, sin entender. Repetí “el motor está con una alarma, y no es un chiste”. Diego me dejó el timón. Sentía un líquido helado expandirse en mi panza mientras me concentraba en las olas. Con el manual en mano, Diego reapareció por la escotilla. “las baterías cayeron a 10. Y en el manual dice que hay que apagar el motor”. “No apagas” contesté rotunda, segura. “Apagarse es irse a la costa”. Diego estaba de acuerdo conmigo. Dudamos. Volver al puerto? Son solo 5 millas. Con las olas en contra, y la corriente, podían ser cinco horas. Si es que lo lográbamos. “Aguantemos” le propongo a Diego. “Tendría que levantarse el viento, de un momento a otro”. Bajamos un poco las revoluciones del motor. Diego started to looK at the engine to see if he could understand what was happening. In vain EL estado de alarma duró 20 minutos, interminables, y de repente la alarma se detuvo. Todo volvió a la “normal”. No entendimos lo que había pasado.
Unas horas después se levantaba el viento, poníamos velas. Verificamos el estado del alternador, Funcionaba. No nos animamos a verificar las baterías de servicio, lo que suponía una maniobra en un mar muy movido. No sabíamos si estaban muertas o no, o sea que no sabíamos si el motor volvería a encender si apagábamos. Decidimos dejar el motor prendido en punto muerto, hasta llegar. Pensamos que cuando lo apagaremos no podremos volver a prenderlo, lo más probables siendo que las baterías se habían roto.
Fueron – días a Cape Town. Unos días extraños porque además de la dificultad del mar, no sabíamos en qué estado estaban nuestras baterías y la razón del incidente anterior. “ Si paso una vez puede volver a pasar” es uno de los lemas de los marineros. Creo que lo más preocupante era saber que no podíamos realmente contar con el pronóstico. Que se podía levantar muchísimo más o al contrario caer totalmente. Íbamos hacia el cabo de Buena Esperanza con el tiempo contado. Darío, un amigo marinero que ya había llegado a Cap Town unas semanas antes, nos iba enviando lugares donde ponernos al reparo si no llegábamos y Des, un marinero retirado que ayuda a los marineros a la distancia, no dejaba de recomendarnos de entrar en puerto. Desde ya sabíamos que no podríamos evitar las últimas millas con viento norte. “si no llegamos, nos ponemos popa el viento y media vuelta” decidimos.
El primer día el Océano era aterrador, sin viento y con tantas olas. Luego se levantó mucho viento, y era un mar cruzado. El mar era fuerte y caótico. Despertaba alegría y agotaba los sentidos. Al tercer día cayó el viento. Totalmente. No estaba previsto. En la radio seguían diciendo que había mucho viento. La realidad era otra. Ni viento- Ni olas. El océano era un espacio preocupante, hundido en la neblina, olvidado del viento, como un lago encantado. Y luego se puso magnífico. Fuerte y portante, regular. Una fiesta. Y fue así que pasamos el Cape Aghula, emocionados por pasar ese cabo legendario con solo un poco de genoa, y las olas portantes. Tantos rostros tiene el Oceano. Saludo y agradezco y amo a todos estos rostros del Oceanos. Todos, tan distintos uno del otro que es difícil pensar que es un mismo mar. Los une su fuerza, su magnificencia, su eternidad
pasamos el cap Aghulas, felices y emocionados
Es con el viento en popa y orejas de burro que pasamos el cabo de Buena Esperanza. Estábamos ambos demasiado excitados como para dormir. Sentados a estribor, observamos la sombra del cerro dibujarse sobre el halo de luz de la ciudad a lo lejos. Media luna acompañaba y dos delfines grandes, que pasaban una y otra vez por debajo del casco, y salpicaban al mar con plancton fluorescente. Todo estaba tranquilo. Fue un momento mágico. Hacía frío. Con algunas palabras evocamos lugares por donde pasamos desde que entramos al mar rojo. Con otras pocas los lugares a los que tal vez iríamos, del otro lado del Atlántico. Y luego volvíamos al silencio relleno de presente, tan vívido, palpable y volátil. Olía a ostras y a rocas mojadas-
Ahí nos veo, mi compañero de toda una vida, y yo, sentados uno al lado del otro, helados agotados y rotundamente felices, mirando la sombra del legendario cabo, abrazándonos con nuestro silencio, con nuestras pocas palabras, comulgando totalmente en aquel instante, fuera del tiempo. Ahí nos veo y pienso que todo, absolutamente todo, los desencuentros y las penas que hayamos podido tener no son nada al lado de la felicidad de estar juntos, en la noche, pasando el Cabo de Buena Esperanza en nuestro velerito que empuJa el viento y también los sueños, las fantasías más locas, la voluntad más inquebrantable. Nos veo y veo a dos soñadores muy valientes, dos idealistas, enamorados del amor y de la vida, que creen en las utopías, que creen en las ideas y en los sueños, y sé que eso es nuestra fuerza y nuestro tesoro.
No elegimos la facilidad. No elegimos la comodidad. No elegimos la seguridad. Pero volvería a hacer este camino, volvería a embarcarme en esta loca aventura que empezamos con la insolencia de nuestra Juventud, hace casi 20 años ya. Siento que no la hemos soltado, a la juventud. Claro que los años marcan surcos sobre nuestros rostros y nuestra piel, claro también que esos años nos enseñan y nos crecen y nos cambian profundamente. Pero las ganas de soñar y creer y lanzarnos hacia lo desconocido con ese apetito de vida, esa poesía que prima en nuestra mirada cuando consideramos al mundo y cuando tomamos decisiones, esa capacidad de maravillarnos una y otra vez frente a la vida, ese estado impulsivo y poco premeditado, esa seriedad con la que consideramos la importancia de nuestra integridad y de nuestra coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos, lo que hacemos, esa manera de vivir arriesgándolo todo y entregándonos completamente, todo eso siento que es la juventud de nuestras almas, que siguen siendo leales a sus ideales. Ojalá estas palabras les inspire a usted que me lee, porque no importa qué camino elijas, sea el que sea no hay nada más hermoso que vivir la vida muy plenamente y en coherencia con lo que uno piensa y lo que uno siente. No es fácil. Pero vale todo el oro del mundo.
en la madrugada bruma intensa y viento norte
Del otro lado del cabo, sentimos una leve brisa en contra, y las olas aún portantes. Llegaríamos antes de que se instale el norte? En el mar nunca se está seguro de nada. Nos acobijamos un rato bajo unas mantas en el carré, “ Dormí vos, yo no puedo”, me dice Diego. Yo tampoco puedo, quedémonos así nomás” le contesto. Nos quedamos atentos a todos los ruidos, nos calentamos un poco.
Poco tiempo después amaneció, aunque apenas, tan densa era la bruma que nos rodeaba. Y entonces se instaló el viento del norte, con sus olas y su fuerza. Y tuvimos que hacer un bordo. Subimos hacia el noroeste, alejándonos de la llegada que ya solos estaba a 13 millas. La progresión era lenta y el ángulo muy abierto, pero Tortuga avanzaba.El viento se seguía intensificando y no sabíamos de cuánto tiempo disponíamos para lograr llegar al puerto. Cuando cambiamos de bordo de nuevo, se levantó la neblina, deJandonos descubrir un paisaje de montaña absolutamente extraordinario. Unas focas nadaban cerca de Tortuga y un lobo marino hacía la plancha. Oiuna se despertó para su cumple de 10, y sopló las velitas ya no tan lejos de Hout Bay. La preocupación de la madrugada había dejado lugar a una inmensa alegría.
llegando a Hout Bay, Cap Town
En estos días de intensa navegación, estos dos Océanos han sido aterradores, preocupantes, sublimes, portantes y hermosos.. Nos han despertados emociones fuertes y contradictorias. Y romper las cadenas del miedo, sentir el delicioso aroma a libertad, el sabor de la risa que da la insolencia de hacer lo que una quiere a pesar de todo, esa fuerza que una siente bien adentro al romper las propias cadenas, para mi es sentirse viva. Me sentía profundamente agradecida hacia todos elementos que nos permitieron llegar aqui, , absolutamente agotados y rotundamente felices. También sentía agradecimiento hacia todos los marineros encontrados en camino, que nos acompañaron, nos enseñaron, nos dieron aliento y consejos sabios.
Tardé días en aterrizar. Miraba hacia el mar con una mezcla de fascinación y escalofríos. Sabía que volvería, allá, y eso era tal vez lo más misterioso. Allá, todo bascula tan rápido, todo cambia en segundos, y todo es tanto más fuerte que yo. La naturaleza vive y vibra, y entregarse a ella y sentir su abrazo cambia algo por dentro. Llegué a Cap Town más humilde que nunca. Mi respeto por el mar solo crece. Como mi atracción y mi admiración. Siento que parte de mi ya no le pertenece a la tierra sino a ese espacio oceánico donde el tiempo es otro y donde la vida late al ritmo del viento y las corrientes. Es indecible, la sensación de llegar de algo tan inmenso, algo que solo conocen los que de allí vienen y que allí, ineluctablemente, regresarán.
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