En Santa Helena hasta Brasil

Publicado el 24 de diciembre de 2024, 15:38

Los llevo de paseo por los mares, regularmente- Y me siento feliz al hacerlo, porque recibo mensajes hermosos que me llenan el alma, mensajes donde me agradecen de “subirlos” al barco, de compartir, donde me dicen que nuestra valentía y nuestra pasión por la vida inspira y da ánimos en momentos difíciles, y no saben cómo me importa poder compartir, porque realmente creo que que podemos romper paredes, ideas preconcebidas, y que al hacerlo uno encuentrun camino liberador. Hemos puesto todo en cuestión, desde la forma de dar a luz a la forma de educar, a la forma de vivir el cotidiano, y si eso inspira a otras y otros en escuchar lo que les dice la razón más profunda que es nuestro instinto, entonces me siento colmada- En 18 años de vida nómade, mi casa ha sido el lugar donde me encontraba, y la gente que nos ha recibido, sin conocernos siquiera, que ha compartido un momento, una charla, una historia, a hecho de esa casa un hogar- 

 

A pesar de tener casa sobre el mar, ahora, y disfrutar tan plenamente de la compañía de mi familia, hay veces en que, al bajar  los espacios, la naturaleza y la gente me hacen sentir en “casa”. Y por eso, les propongo esta vez bajarse un poquito a tierra antes de seguir por el mar, y que me permitan contarles algo de lo que fueron nuestras semanas en una de las islas más remotas del mundo, algo de Santa Helena-

Yo tenía una imagen preconcebida de aquella isla, estaba asociada “al lugar donde exiliraron a Napoleón”- La imaginaba como una cárcel, como una roca en medio del Océano, solitaria y maltratada por los vientos, infertil y agresiva- Pero qué suerte tuvo Napoleón, pensamos mientras empezamos a recorrer la isla- Pocas veces he visto en un espacio tan reducido tanta variedad de inmensidades reunidas.

Ni bien llegamos, el recibimiento de los locales fue suave y discreto- Sentía aún mareo mientras recorría la silenciosa calle del muelle, y la calle principal del pueblo- Un gran jardin con un restaurante al fondo nos impresionó por la belleza de sus árboles, la variedad de sus aves- No lo sabíamos aún , pero en ese lugar pasaríamos muchas horas, los chicos jugando con otros chicos, inmediatamente integrados al grupo, y nosotros trabajando a la mesa de Ann s place, el restaurante, donde nunca nadie nos pidió que consumiéramos- Anns place era de un hombre del mar, eso que tienen al oceano en el mirada, los zurcos del viento y del sol en el rostro, la tranquilidad de los que pasaron tantas tormentas- Se llamaba Richard, y siempre discreto y atento, se aparecía a veces con anzuelos de regalo para Mael, y con algunos consejos, otras con un pedazo de atún fresco recién salido del mar-Cuando se hacía tarde y el restaurante cerraba, nos dejaban una lamparita prendida y le daban algo de comer a los niños antes de retirarse, deseándonos las buenas noches y dejando todo abierto- Y es que, ni bien llegamos a la isla, sentimosque todas las puertas estaban abiertas, que podíamos dejar cualquier objeto en cualquier lugar público y nadie lo tocaría, queOiuna y Maese podían ir a jugar fuera de nuestro alcancey no les pasaría nada- Después de tantos meses en Africa, con tantas tensiones sociales, fue como un enorme respiro, un gran alivio- Qué hermoso, un mundo donde no hay por qué desconfiar-

Nos fuimos al día siguiente al otro lado de la isla, por tierra- Llevamos nuestra carpita para dos personas, que es la única que tenemos, algunas frutas secas y pan, y nos fuimos a caminar-Nos encontramos rápidamenteen unpaisaje tropical,con bananos y flores.  Al llegar cerca del mar se había vuelto volcánico, árido y rojo- Buscando agua habíamos llegado a lo de una familia  quienes en el valle  estaban preparando sus tierras para cultivar frutas de la pasión- Ellas habían navegado el mundo con sus hijos e hija- Nos explicaron que estábamos dentro de un cráter-

Armamos la carpa en la bahía y una familia que estaba terminando su día de pesca se acercó a nosotros y nos regaló 4 peces diciéndonos que eran muy sabrosos- Hicimos fuego y los asamos, y es cierto que eran exquisitos

Pasar la noche en una carpa para dos de a cuatro puede sonar imposible, pero como a nosotros esa palabra no nos gusta, nos lotomamos con mucho humor, y entre los comentarios y las risas nos dormimos los 4 bien bien apretaditos-Qué lindo la paso con mi familia, qué privilegio, lo sé-  

A la mañana siguiente seguimos camino, dejando una mochila con las cosas de acampar y pesca en la playa, tranquilos que la reencontraríamos allí a final del día- Nos pusimos a caminar ese paisaje árido, inmenso,con sus aves curiosas,algunas de ellas empollando huevos posados en las rocas-  Abajo de los grandes acantilados encontramos piletas naturales, repletas de peces, y a pesar de que no hacía calor, allí nos bañamos ,sacándonosun poco el olor a humo y a pescado- Era grandioso el paisaje- E insólito- Con sus acantilados quebrados, las piletas y las olas rompiendo- Y estaban esas aves, que habían venido a 10 millas de tierra a saludar a Tortuga y que parecían pajaritos de papel- Aquí se acercaban, se quedaban mirándonos de frente, batiendo las alas-

Los días siguiente seguimos caminando mucho- Pasabamos por zonas que me hacian pensar en dibujos animadosjaponeses, con sus altos pastos verdes, casi azul moviéndose al viento, y las nubes blancas y esponjosas que pasaban proyectando sombras- Caminamos por montes de pinos, por praderas, por costas áridas sembradas de cactus, por filos de montaña rocosos, por valles sombreados siguiendo rios- La cantidad de aves era impresionante- Sus cantos, su presencia, su manera de acercarse tanto-  Y las flores, las plantas, los árboles,que no habíamos visto nunca antes, que eran endémicos de la isla, y vibraban de vida-A veces, llovía unos instantes- Desde la cima de algún cerro, miraba esa extensión tan azul- Olía la tierra moada, ese olor tan de la tierra- Cómo podía ese espacio convivir , tanfértil ytanverde,rodeadodel gigante azul? Eratan otro mundo el que nos esperaba allífuera—Otra música, otro aroma, otro bailar con el viento y con el tiempo- Y a pesar de desear ese mar, extendimos nuestra estadía de pocos días en Santa Helena, y nos quedamos varias semanas-

En Santa Helena, alcanzaba con levantar la mano para que el auto que pasefrene y te pregunte lo que necesitas- Y regularmente, en el atardecer, cuando volvíamos al dinghy, encontrábamos unos buenos trozos de pescados o a veces un pez entero, dejado para nosotros por los pescadores-  keny,el condutor del ferry, con su rostro cerradoy sus maneras bruscas,no quizo cobrarnos la semana de ferry cuando le diimos que usariamos nuestro dinghy porque estabamos sin mucho presupuesto-Y se aparecíaen el barco con tortas caseras para los niñosu otros dulces-Richard y su familia de Ann s place, nos hacían sentir cada día más en casa en su espacio tan tranquilo al fondo del gran jardin, y nos regalaron el último día bolsos y remeras de recuerdo- Bramwell,un amigo de amigo, nos invitó a dar vueltas a la isla y dormir a su casa varias veces, y su mujer Sarah nos cocinaba las comidas de Kenya, recibiéndonos siempre los brazos abiertos-En una cena nos preguntaron qué habíamos visto de lindo en el mar- Mi mente empezó a recorrer imágenes- Las fosforescencias del mar rojo de noche, en que el mar parecíaun cielo estrellado, los chubascos a lo lejos en el índico y los islotes apareciendo con espejismo, las ballenas en el amanecer de Tanzania, y la gran ballena cerca de Tanzania, con su inmensa placidez y esa respiración posada, los petrels como avioncitos que apenas tocan el mar con su ola, los álbatros cortejando a Tortuga-

Lo único que no era bueno en aquella isla era el lugar de fondeo, absolutamente sin protección, el barco se sacudíá en permanencia y era poco el tiempo que pasamos a bordo. No nos dimos cuenta que aquel movimiento iba aflojando el mosquetón que sujetaba nuestra ancla de popa, y un día ya no estaba. Al moverse tanto el barco, era amplio el rango donde podía haber caíado el ancla, y la profundiad en aquellas aguas frías era de veinte metros.Richard, nos regaló una pequeña anclani bien sen enteró del hecho. También se lo comenté a Raquel, una mujer con la que habíamos pasado una tarde, junto a su marido Stephen y sus tres hijas, paseando y haciendo caza submarina.La mañana en que nos íbamos,Stephen se apareció con su compañero de buceo,Lawrence,y los dos bajaron a 20 metros en las aguas frías de Santa Helena, sin oxígeno, en apnea, a buscar el ancla que estaba en una área imprecisa- Al rato la habían encontrado yLawrence bajó de nuevo para atarla a un cabo.De vuelta a bordo los dos hombres tomaron un café, y Laurence nos habló de Tristán da cuña, haciendo un retrato vívido de aquellas islas de 10 km de largo y 20 de ancho y 2000 de alto- Nos habló de cómo sus habitantes hacían protecciones de sus huertos con rocas volcanicas- de cómo a veces los cargo no podían abordarla por los vientos que giraban y su violencia- Hablando de Sta Helenalos hombres nos comentaron de la deliciosa miel que había en la isla, y nos lamentamos no haber encontrado en ninguna tienda.Y así dejamos a la bella SantaHelena- Habíamos confundido los días y nos habíamos pasado de la visa, pero con una sonrisa la señora de migración nos dijo que harían una excepción- Fuimos a dar los últimos abrazos y dejar regalitos para todos, no he mencionado aquí a todos los encuentros y momentos compartidos, se haría demasiado largo-Unas horas después, cuando ya teníamos el motor encendido y nos estábamos por despedir de la isla,se apareció Kenny en su barco, con un gran pote de miel,  “a gift for you” nos dijo- Gesto de Stephen, probablemente-

Pusimos velas y lentos salimos, con la brisa incierta- Enel atardecerestábamosaún muy cerca, no había viento, pero los risos sobre la superficie del mar nosanunciabanque llegaría pronto- Intentamos pescar,reconocíamoslos montes y los picos quehabíamossubido, miramos formas en las nubes- Pronto llegaríael viento y nos llevaríalejosde aquella isla encantadora- Cuando se fue el sol se levantó la brisa y seguimos portante, con una guardiarelajadapor la noche-Amanecimosa 40 millas de la isla,y aún se percibían sus montañas.Nos íbamos poniendo más sur o más norte según el viento, para ir cómodos y portantes,y empezaron esos suaves días detenidos en el tiempo, rodeados de infinito, acunados por el agua y el viento, entre lecturas y comidas, y tantas estrellas por la noche que sentía que me caia dentro de aquel cielo oscuro y misterioso, abismal.

Durante aquella navegación se apareció tres veces un inmenso animal, una ballena rorcual, con su aleta inclinada,una aleta descomunal, ysus soplos de agua. La vimos a tantas millas de diferencia entre una y otra vez, y nos quedamos pensando si era la misma, o si era otra. Siempre me causa mucha impresión ver de repente surgir de las aguas un animal tan colosal. Rcuerdo entonces que ando flotando por encima de un espacio tan inmenso, habitado, vibrante de vida desconocida. Entre el cielo y el mar, es tan tan pequelño e insignificante, ese barquito nuestra casa, nuestro reparo y nuestro mundo… qué delicia ese vértigo frente a la naturaleza grandiosa.En el medio del mar siento que volvemos a nuestro verdadero lugar.

Algo llamativo que sucedió durante aquella travesía, fueron los peces que sacamos. Todos salieron contaminados, repletos de gusanos blancos, en su carne, sus órganos y su piel. Hubo que devolverlos al mar, y el gato se comió un pedazo del primero, cuando aún no sabíamos bien de qué se trataba. Aquella noche soñé que unos gusanos vivos le saían por el ano al gato, y e compartí la visión horrenda a Diego.  Después de unos días, aparecieron los parásitos en las haces del gato, y luego, empezaron a salir, vivos, por su ano. El pobre gato se encontró obligado a vivir en la cubierta hasta llegar a Recife, donde lo pudimos tratar rápidamente. En esos momentos, sin nternet para averiguar algo más, sin posibilidad de ir a comprar lo necesario para sanarlo, uno siente lo lejos que está de todo, lo aislado que se está. Igual, la tripulación no se preocupó demasiado, solo eran unos dias, y lo saneariamos. Lo preocupante fue constatar la cantidad de peces agarrados por esa plaga, y con esa distancia entre cada pez.

A la semana de navegar,hagopanquequescon miel de Santa Helenapara festejar y realizamos limpieza de baño a fondo,algo de orden ymantemiento del motor-Nos encontramos unas 48 horas sin señal satelital, ignorabamos que eso fuera posible, pero es un hecho. No llegaban las señales a ninguno d enuestros aparatos. Pensamos queestabamosen una zona no cubierta por satélites- El viento eraconstante y la mar tranquila,y bromas y chistees, sacamos el sexttante a ver si lográbamos usarlo. Muchas dudas sobre el rumbo no había: yendo siempre al Oeste llegaríamos a Brasil.Eso tengo escrito entonces en la bitácora: “qué lindo está el mar- tan suave y ondulante, tan portante- Y las nubes, pocas y esparsas, con un azul casi metálico delineandolas, las de popa, porque las de proa se tiñen de atardecer- Había un pájaro, volando en proa- Pequeño, negro y blanco, solo, con alas más anchas y redondeadas que las del pétrel- Quizas vendrá de Asunción? Es la tierra más cercana a este espacio tan olvidado del mundo, tan retirado, y apacible- Hacedosdías que perdimos la señal satelital, y no hemos cruzado unsolobuque-Las noches son tan límpidas que dan vértigo, con su escándalo de estrellas, nebulosas y vías lácteas,y el viento incansable- Fuerte y constante, nunca agresivo- Recuerdo los violentos chubascos del Oceano Indico- Aqui, si pasa una nube, llueve un poco sobre Tortuga, sopla levemente más, y el barco va-”

Unas 18 millas de Recife, miraba la inmensa extensión deluces-Adivinabalos autos, los aviones, los edificios-Imaginésensaciones, sonidos ysentí de repentetan fuerte que quería al mar, a Tortuga,no tenía ganas de volver a aquel bullicio, tan absurdo, tan vano…Qué extraño hechizo hace el mar sobre uno,si, me sentía hechizada.

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